Más allá de la figura, el ejercicio físico tiene efectos sorprendentes en el cerebro. Libera endorfinas, mejora la memoria, regula el estado de ánimo y disminuye la ansiedad. Por eso, moverse cada día es también una decisión mental.
No hace falta una rutina extrema: caminar, bailar o hacer estiramientos ya generan resultados. Lo importante es la frecuencia, no la intensidad.
Numerosos estudios confirman que el movimiento reduce los niveles de cortisol, la hormona del estrés, y mejora la calidad del sueño.
Moverse es una forma de meditación activa. El cuerpo se activa, la mente respira.